Playa de La Herradura. |
Era Darío un
buen mozo que se quejaba de su mala suerte, pues con sus casi treinta años seguía mozuelo y sin
compromiso, su madre y hermanos le animaban a buscar novia y le decían "Darío…el
arroz se te está pasando" pero él que en su juventud había presumido de
ser el soltero de oro y de rechazar a más de una chica de buen talle y mejor
posición, ahora se encontraba en la tesitura de no encontrar su media naranja.
Fue uno de sus
amigos, el que siempre tiene la solución ante cualquier problema y que por
mucho que no se le necesite, no cesa en
su empeño, el que le presentó a aquella vieja bruja.
Una noche de
Mayo, cuando apuraban el ultimo vaso de vino de la costa, en la taberna de
"Los Pajaritos" con un buen espeto de pulpo asado, sello del
bodeguero Fernando, cuando Juan Pedro, “el amigo”, le hablo de una vieja alcahueta del barrio
alto de Almuñécar, que estaba especializada en buscar pareja a los exiliados de
Cupido y con bastante éxito.
— Por probar
no se pierde nada, Darío. — Le dijo Juan Pedro.
— Sabes que yo
no creo en esas cosas y menos con los sentimientos.
— Pues por eso...
¿qué vas a perder? si de todas maneras no crees en ello.
Puesta de sol en la Playa de La Herradura. |
Y tras un tira
y afloja Darío accedió a ver a la vieja alcahueta.
La casa estaba
situada cerca del castillo de San Miguel, en una zona apartada de las viviendas
accediendo a ella por medio de una
pequeña vereda llena de malas hierbas. En su interior los cachivaches y peroles
de todo tipo colgaban del techo, solo el fuego de la chimenea en el fondo de la
estancia alumbraba la habitación, el olor a hierbas maceradas y a especias
exóticas inundaba el ambiente casi irrespirable.
—¡Juana...Juana!—Grito
Juan Pedro.
Detrás de una
sucia jarapa apareció la vieja con pasos
cortos e indecisos, apoyando su mano en un retorcido bastón de almendro.
—¡Quien grita
en mi casa!
—Juana soy yo
Juan Pedro, ¿te acuerdas de mí?
—Ahora no
caigo... ¿quién dices que eres?
—Ahhhh!..si
ahora caigo. ¿Cómo está tu madre?
—Mi madre
murió hace tiempo...Juana.
La mujer
avanzo hacia ellos mirando a Darío.
—Has cambiado
mucho...muchacho.
—¡Juana,...
Juan Pedro soy yo!—Y volviéndose hacia Juan Pedro dijo.
—Ya lo sé...ya
lo sé... ¿Que se te ofrece muchacho?
—Es mi amigo
que...a estas alturas sigue soltero y sin compromiso...y he pensado que quizás tú
puedas ayudarlo.
—Pues... ¡Por
eso le he dicho que ha cambiado mucho! ... dijo clavando su mirada en Darío.
—Lo que antes
era...no es lo de ahora!...
—¡Juan
Pedro! Ya te dije que era una pérdida de
tiempo... ¡vámonos!— Dijo Darío.
—Si ese es tu
deseo... ahí está la puerta...pero si por el contrario quieres encontrar tu
pareja, tendrás que hacer lo que te diga.
—¿Y qué hay
que hacer?
— Siéntate en
esa silla de anea y veamos qué podemos hacer para remediar tu soledad.
Los tres se
sentaron junto al fuego que con su chisporrotear daba al rostro de la mujer un
aspecto más que siniestro.
—El día de San
Juan deberás hacer lo que te indique...si cumples a rajatabla cada uno de mis
mandatos...en el plazo de tres días encontraras a la que será la mujer de tu
vida.
—Y si eso
ocurre...¿qué quieres a cambio?
—Solo un
pequeño gesto por tu parte, en cada solsticio de verano deberás de purificar tu
alma bañándote en el mar con la que será tu esposa, ofreciendo una guirnalda de
rosas rojas cortadas durante la mañana del día más largo del año.
—Si solo es
eso...darlo por hecho... ¿dime en qué consisten tus mandatos?
La vieja bruja
les indico los rituales que desde tiempos inmemoriales se ofrecían en la noche
de San Juan y en un pergamino de piel de cordero escribió la ceremonia que tenía
que hacer Darío una vez hubiera anochecido y antes de la media noche... cuando
hubo terminado de escribir le recordó que solo abriera el pergamino la noche
señalada.
—Si no cumples
lo acordado...los duendes de la noche te lo harán pagar replico la anciana.
—Procura
tú....si hago todo lo que pone el pergamino durante la noche de San Juan que
tenga el resultado esperado... porque sino... ¡seré yo el que venga a pedir
explicaciones!
Así pues
salieron los dos amigos de la casa de la vieja alcahueta con la receta a buen
recaudo.
Barrio Alto |
Y llego la
esperada noche de San Juan y Darío siguiendo las instrucciones de al alcahueta
se dirigió a la playa de la Herradura donde tenía que ejecutar las cláusulas
escritas en el pergamino... "Busca un lugar donde lo dulce se mezcle con
lo salado" escribió la vieja. Darío que conocía bien aquella costa, pensó
que solo podía haber un sitio así y era en esta hermosa playa donde el río Jate
desemboca en el mar "el agua dulce se mezcla con la salada", una vez
localizado el lugar ... "Una hoguera has de encender con
madera esculpida por el mar y tus trapos viejos has de quemar" fue fácil encontrar madera en la orilla de la
playa, más difícil se presento lo de los trapos pues solo llevaba lo puesto y
al no tener otra alternativa... se desnudó y toda la ropa la tiro al fuego
quedando en cueros como cuando vino al mundo. “Siete saltos has de dar por
encima de la hoguera y siete veces has de decir -Lo que tiene que ser, será-”.
Cuando Darío
estaba en todo su apogeo muy metido en el ritual apareció por allí una pareja
de la Guardia Civil que se acerco a ver el fuego en la playa. El espectáculo
con el que se encontraron los números de la Benemérita fue de lo más esperpéntico,
¡Darío desnudo saltando por encima de una enorme hoguera y gritando "Lo
que tiene que ser será" a pulmón tendido. La Guardia Civil no se lo pensó
dos veces y encañonando al pobre Darío le gritaron.
—¡Ya tienes lo
que será....una noche en el cuartelillo...para que se te aclaren las ideas!
Pero la fiesta
no había acabado aún y estando desnudo en presencia de los guardias civiles,
aparecieron unas viejas damas que se dirigían al pueblo acompañadas de un
criado que cuando vieron aquel espectáculo se santiguaron tres veces sin dejar
de mirar los atributos al pobre Darío, que no tuvo otra idea que salir
corriendo hacia el agua para tapar sus vergüenzas, no cayendo en la cuenta que
en aquel lugar de la desembocadura del río estaba todo plagado de piedras con
filos como navajas y erizos como escarpias que le dejaron pies, manos y cuerpo
destrozado. Viéndose en aquel trance desventurado, se giro hacia donde estaban
los guardias y con pesadumbre y resignación les dijo.
—Lo que tiene
que ser...será".— Cumpliendo sin
darse cuenta el ultimo sortilegio escrito en el pergamino que decía " Y
dando la espalda al mar con el agua hasta el cuello siete olas te mecerán y el
poder del mar se te unirá con solo pronunciar —Lo que tiene que
ser...será".
Los guardias viendo
aquel espectáculo no pudieron aguantar la risa y tras recuperar la compostura,
mandaron a las señoras a continuar su camino mientras que al incauto Darío le
ofrecían una de sus capas del uniforme para que
tapara su desnudez y pudiera salir del agua.
Tuvo tiempo Darío
de maldecir a la vieja bruja durante toda la noche, en la fría mazmorra donde
lo encerraron del Castillo de la Herradura. A la mañana siguiente avisaron a su
amigo Juan Pedro para que le llevara algo de ropa... Y sintiéndose culpable de
todo aquel lío y tras unas inverosímiles explicaciones al jefe del puesto, este le dijo sarcásticamente con una sonrisa
en su torcido bigote:
—Tan mayor y
creyendo en duendes!... ¡Que duro golpe
a su maltrecho orgullo!. Tras aquella atribulada y vergonzosa noche Darío quiso resarcirse de
la tomadura de pelo de la vieja alcahueta y sin perder tiempo se dirigió a casa
de "la Juana". Cuando llego encontró a una preciosa muchacha de
cabellos sedosos y ojos negros que estaba poniendo la casa patas arriba sacando
todo lo viejo e inútil que había en la estancia.
—¿¡Y la vieja
que vivía aquí!?— Pregunto enfurecido.
La muchacha se
acercó a él despacio y contorneando las caderas respondió
—¿Quien
pregunta por mi abuela?— Quiso saber la hermosa muchacha.
Darío cuando
la tuvo cerca pudo comprobar el fino talle y la hermosura de su mirada...
—Soy Darío y
busco a tu abuela.— Dijo mas apaciguado e incluso embelesado por la turbadora
presencia de la muchacha.
—Ella ha
emprendido un largo viaje hace tres días...pero si te puedo servir yo...— Dijo
con picardía.
— Siéntate...
aquí junto al fuego...¿qué te ha pasado en la cara y las manos?¡hombre de Dios!
.— Darío no pudo dejar de mirar los ojos
negros de la chica y como si estuviera hipnotizado se sentó en una silla de anea
junto a la muchacha.
—Me llamó
Mercedes y soy la nieta de Juana...déjame que te cure esas heridas antes de que
se infecten.— Y con una suavidad casi
celestial fue curando una a una las heridas de Darío.
—¿Te duelen
mucho?— Pregunto Mercedes.
—Estas no son
las que más duelen... las de mi orgullo y corazón son las que más se
resienten....
—Pues déjame
curarte esas también.— Y dándole un apasionado beso en los labios, Mercedes
conquisto el corazón de Darío que durante el resto de su vida agradeció haber
realizado el conjuro que Juana le indico en el pergamino pues su deseo se
cumplió y vivió durante muchos años feliz junto a Mercedes, aunque nunca más se
supo de Juana.
Cuentan los
más viejos de la Herradura que cuando murió Darío ya era muy mayor y Mercedes
que sabía de magia y hechizos tuvo una visita de un buen mozo al que el amor no
le había sido favorable y dicen que una vez hubo hablado con ella salió de la
casa con un viejo pergamino de piel de cordero...se acercaba la noche más
mágica del año, la noche de San Juan.
Castillo de La Herradura |