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La Herradura y la noche de San Juan

martes, 23 de junio de 2015


Playa de La Herradura.

Era Darío un buen mozo que se quejaba de su mala suerte, pues  con sus casi treinta años seguía mozuelo y sin compromiso, su madre y hermanos le animaban a buscar novia y le decían "Darío…el arroz se te está pasando" pero él que en su juventud había presumido de ser el soltero de oro y de rechazar a más de una chica de buen talle y mejor posición, ahora se encontraba en la tesitura de no encontrar su media naranja.
Fue uno de sus amigos, el que siempre tiene la solución ante cualquier problema y que por mucho que no se le necesite,  no cesa en su empeño, el que le presentó a aquella vieja bruja.
Una noche de Mayo, cuando apuraban el ultimo vaso de vino de la costa, en la taberna de "Los Pajaritos" con un buen espeto de pulpo asado, sello del bodeguero Fernando, cuando Juan Pedro, “el amigo”,  le hablo de una vieja alcahueta del barrio alto de Almuñécar, que estaba especializada en buscar pareja a los exiliados de Cupido y   con bastante éxito.
— Por probar no se pierde nada, Darío. — Le dijo Juan Pedro.
— Sabes que yo no creo en esas cosas y menos con los sentimientos.
— Pues por eso... ¿qué vas a perder? si de todas maneras no crees en ello.
Puesta de sol en la Playa de La Herradura.
Y tras un tira y afloja Darío accedió a ver a la vieja alcahueta.
La casa estaba situada cerca del castillo de San Miguel, en una zona apartada de las viviendas accediendo  a ella por medio de una pequeña vereda llena de malas hierbas. En su interior los cachivaches y peroles de todo tipo colgaban del techo, solo el fuego de la chimenea en el fondo de la estancia alumbraba la habitación, el olor a hierbas maceradas y a especias exóticas inundaba el ambiente casi irrespirable.
—¡Juana...Juana!—Grito Juan Pedro.
Detrás de una sucia jarapa  apareció la vieja con pasos cortos e indecisos, apoyando su mano en un retorcido bastón de almendro.
—¡Quien grita en mi casa!
—Juana soy yo Juan Pedro, ¿te acuerdas de mí?
—Ahora no caigo... ¿quién dices que eres?
—El hijo de la Roberta...la del panadero.
Cueva Siete Palacios- Museo Arqueológico
—Ahhhh!..si ahora caigo. ¿Cómo está tu madre?
—Mi madre murió hace tiempo...Juana.
La mujer avanzo hacia ellos mirando a Darío.
—Has cambiado mucho...muchacho.
—¡Juana,... Juan Pedro soy yo!—Y volviéndose hacia Juan Pedro dijo.
—Ya lo sé...ya lo sé... ¿Que se te ofrece muchacho?
—Es mi amigo que...a estas alturas sigue soltero y sin compromiso...y he pensado que quizás tú puedas ayudarlo.
—Pues... ¡Por eso le he dicho que ha cambiado mucho! ... dijo clavando su mirada en Darío.
—Lo que antes era...no es lo de ahora!...
—¡Juan Pedro!  Ya te dije que era una pérdida de tiempo... ¡vámonos!— Dijo Darío.
—Si ese es tu deseo... ahí está la puerta...pero si por el contrario quieres encontrar tu pareja, tendrás que hacer lo que te diga.
—¿Y qué hay que hacer?
— Siéntate en esa silla de anea y veamos qué podemos hacer para remediar tu soledad.
Los tres se sentaron junto al fuego que con su chisporrotear daba al rostro de la mujer un aspecto más que siniestro.
—El día de San Juan deberás hacer lo que te indique...si cumples a rajatabla cada uno de mis mandatos...en el plazo de tres días encontraras a la que será la mujer de tu vida.
—Y si eso ocurre...¿qué quieres a cambio?
—Solo un pequeño gesto por tu parte, en cada solsticio de verano deberás de purificar tu alma bañándote en el mar con la que será tu esposa, ofreciendo una guirnalda de rosas rojas cortadas durante la mañana del día más largo del año.
—Si solo es eso...darlo por hecho... ¿dime en qué consisten tus mandatos?
La vieja bruja les indico los rituales que desde tiempos inmemoriales se ofrecían en la noche de San Juan y en un pergamino de piel de cordero escribió la ceremonia que tenía que hacer Darío una vez hubiera anochecido y antes de la media noche... cuando hubo terminado de escribir le recordó que solo abriera el pergamino la noche señalada.
—Si no cumples lo acordado...los duendes de la noche te lo harán pagar replico la anciana.
—Procura tú....si hago todo lo que pone el pergamino durante la noche de San Juan que tenga el resultado esperado... porque sino... ¡seré yo el que venga a pedir explicaciones!
Así pues salieron los dos amigos de la casa de la vieja alcahueta con la receta a buen recaudo.
Barrio Alto
Y llego la esperada noche de San Juan y Darío siguiendo las instrucciones de al alcahueta se dirigió a la playa de la Herradura donde tenía que ejecutar las cláusulas escritas en el pergamino... "Busca un lugar donde lo dulce se mezcle con lo salado" escribió la vieja. Darío que conocía bien aquella costa, pensó que solo podía haber un sitio así y era en esta hermosa playa donde el río Jate desemboca en el mar "el agua dulce se mezcla con la salada", una vez localizado el lugar ... "Una hoguera has de encender  con  madera esculpida por el mar y tus trapos viejos has de quemar"  fue fácil encontrar madera en la orilla de la playa, más difícil se presento lo de los trapos pues solo llevaba lo puesto y al no tener otra alternativa... se desnudó y toda la ropa la tiro al fuego quedando en cueros como cuando vino al mundo. “Siete saltos has de dar por encima de la hoguera y siete veces has de decir -Lo que tiene que ser, será-”.
Cuando Darío estaba en todo su apogeo muy metido en el ritual apareció por allí una pareja de la Guardia Civil que se acerco a ver el fuego en la playa. El espectáculo con el que se encontraron los números de la Benemérita fue de lo más esperpéntico, ¡Darío desnudo saltando por encima de una enorme hoguera y gritando "Lo que tiene que ser será" a pulmón tendido. La Guardia Civil no se lo pensó dos veces y encañonando al pobre Darío le gritaron.
—¡Ya tienes lo que será....una noche en el cuartelillo...para que se te  aclaren las ideas!
Pero la fiesta no había acabado aún y estando desnudo en presencia de los guardias civiles, aparecieron unas viejas damas que se dirigían al pueblo acompañadas de un criado que cuando vieron aquel espectáculo se santiguaron tres veces sin dejar de mirar los atributos al pobre Darío, que no tuvo otra idea que salir corriendo hacia el agua para tapar sus vergüenzas, no cayendo en la cuenta que en aquel lugar de la desembocadura del río estaba todo plagado de piedras con filos como navajas y erizos como escarpias que le dejaron pies, manos y cuerpo destrozado. Viéndose en aquel trance desventurado, se giro hacia donde estaban los guardias y con pesadumbre y resignación les dijo.
—Lo que tiene que ser...será".—  Cumpliendo sin darse cuenta el ultimo sortilegio escrito en el pergamino que decía " Y dando la espalda al mar con el agua hasta el cuello siete olas te mecerán y el poder del mar se te unirá con solo pronunciar —Lo que tiene que ser...será".
Los guardias viendo aquel espectáculo no pudieron aguantar la risa y tras recuperar la compostura, mandaron a las señoras a continuar su camino mientras que al incauto Darío le ofrecían una de sus capas del uniforme para que  tapara su desnudez y pudiera salir del agua.
Tuvo tiempo Darío de maldecir a la vieja bruja durante toda la noche, en la fría mazmorra donde lo encerraron del Castillo de la Herradura. A la mañana siguiente avisaron a su amigo Juan Pedro para que le llevara algo de ropa... Y sintiéndose culpable de todo aquel lío y tras unas inverosímiles explicaciones al jefe del puesto,  este le dijo sarcásticamente con una sonrisa en su torcido bigote:
—Tan mayor y creyendo en duendes!...  ¡Que duro golpe a su maltrecho orgullo!. Tras aquella atribulada  y vergonzosa noche Darío quiso resarcirse de la tomadura de pelo de la vieja alcahueta y sin perder tiempo se dirigió a casa de "la Juana". Cuando llego encontró a una preciosa muchacha de cabellos sedosos y ojos negros que estaba poniendo la casa patas arriba sacando todo lo viejo e inútil que había en la estancia.
—¿¡Y la vieja que vivía aquí!?— Pregunto enfurecido.
La muchacha se acercó a él despacio y contorneando las caderas respondió
—¿Quien pregunta por mi abuela?— Quiso saber la hermosa muchacha.
Darío cuando la tuvo cerca pudo comprobar el fino talle y la hermosura de su mirada...
—Soy Darío y busco a tu abuela.— Dijo mas apaciguado e incluso embelesado por la turbadora presencia de la muchacha.
—Ella ha emprendido un largo viaje hace tres días...pero si te puedo servir yo...— Dijo con picardía.
— Siéntate... aquí junto al fuego...¿qué te ha pasado en la cara y las manos?¡hombre de Dios! .— Darío no pudo  dejar de mirar los ojos negros de la chica y como si estuviera hipnotizado se sentó en una silla de anea junto a la muchacha.
—Me llamó Mercedes y soy la nieta de Juana...déjame que te cure esas heridas antes de que se infecten.— Y con una suavidad  casi celestial fue curando una a una las heridas de Darío.
—¿Te duelen mucho?— Pregunto Mercedes.
—Estas no son las que más duelen... las de mi orgullo y corazón son las que más se resienten....
—Pues déjame curarte esas también.— Y dándole un apasionado beso en los labios, Mercedes conquisto el corazón de Darío que durante el resto de su vida agradeció haber realizado el conjuro que Juana le indico en el pergamino pues su deseo se cumplió y vivió durante muchos años feliz junto a Mercedes, aunque nunca más se supo de Juana.
Cuentan los más viejos de la Herradura que cuando murió Darío ya era muy mayor y Mercedes que sabía de magia y hechizos tuvo una visita de un buen mozo al que el amor no le había sido favorable y dicen que una vez hubo hablado con ella salió de la casa con un viejo pergamino de piel de cordero...se acercaba la noche más mágica del año, la noche de San Juan.
Castillo de La Herradura