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El Laurel de la Reina de la Zubia

jueves, 26 de noviembre de 2015

Laurel de la Reina. La Zubia.

La Zubia es un pueblo muy cercano a Granada donde a lo largo de los siglos ha vivido un sinfín de acontecimientos históricos que en muchos casos se han convertido en leyenda.
La llegada de Isabel convirtió el campamento militar de Santa Fe en un palenque de escenas caballerescas. El marqués de Cádiz y demás señores celebraban banquetes esplendidos, preparaban frecuentes cabalgadas para que la reina contemplara los muros de Granada desde parajes diversos y admirase sus magnificas vistas, sin que por ello los granadinos cesasen de hacer gala de su valor.
Un día la reina dijo que quería contemplar Granada desde la cercanía y como la más mínima insinuación  de Isabel  era un riguroso mandato para sus caballeros, dispusieron en  acompañarla el marqués de Cádiz, el de Villena, Alonso de Aguilar, los condes de Ureña, Cabra y Tendilla, Alonso de Córdoba, señor de Montemayor y de Alcaudete. En su salida de visita a Granada  la reina iba acompañada  del rey,  de sus hijos, sus damas y del embajador francés y  toda la comitiva dirigiéndose a  la Zubia.
Como la seguridad de las augustas personas  requería un gran despliegue de efectivos así como de precauciones, el marqués de Villena, el conde de Ureña y Alonso de Aguilar se colocaron con sus soldados  en  las faldas de una colina cercana a la aldea y el marqués de Cádiz, los condes de Tendilla y Cabra así como Alonso de Montemayor desplegaron sus tropas en la loma  de la población.
Es aquí donde dice  la leyenda que la reina Isabel la Católica embelesada por las vistas que contemplaba de la alcazaba de la Alhambra sus  torres, palacios y  jardines escuchó  un rumor que perturbó su concentración convirtiéndose  en sonidos de  atabales moriscos y la vista de un ejército moro que avanzaba con banderas desplegadas y paso acelerado hacia la Zubia. Esta tropa era una división compuesta de algunos batallones a pie armados con ballestas y arcabuces, de una compañía de artilleros con dos cañones y del escuadrón noble, en cuyas filas peleaba la flor de la juventud granadina.
Al ver  aquel ejército, sintieron miedo  algunas damas y la reina sintió haber comprometido aquel lance. Queriendo evitar desgracias despacho la reina  un mensajero para informar al marqués de Cádiz, advirtiéndole que excusase pelear porque no debía consentir que la sangre y las lágrimas se derramasen por mero capricho suyo.
Obediente el marqués  y los demás caballeros al  mando de éste ordenó  que se mantuvieran casi toda la mañana inmóviles en sus líneas, despreciando las provocaciones de la caballería contraria y sordos a los insultos y retos de los soldados musulmanes.
Viendo los moros que sus enemigos permanecían inactivos, asestaron las  dos  piezas de artillería  hiriendo  a algunos soldados con certeros disparos. Mandó el marqués  de Villena varias  lanzas a trabar escaramuza con estos artilleros y alejarlos,  pero  volvieron acometidos por fuerzas superiores hasta la primera línea de defensa.
No hubo ya paciencia en las filas de los soldados cristianos para sufrir nuevas provocaciones, ni les fue ya posible contenerse en los limites que había prevenido la reina, no obstante el calor implacable de la hora cercana al medio día hizo  arremeter al marqués de Cádiz con mil doscientas lanzas por el centro, el conde de Tendilla con su batallón por la derecha y el conde de Cabra, Alonso de Aguilar y Montemayor por la izquierda, arrollando  la infantería mora y apresando las dos piezas de artillería.
Convento del Laurel de la Reina. La Zubia
El rey, la reina, los infantes y las damas veían desde la loma  los remolinos de polvo en que estaban envueltos los combatientes escuchando  gritos y alaridos sin saber cuál era el éxito de la refriega, así pues propusieron refugiarse en un frondoso bosque de laureles que existía en el lugar y así poder  pasar desapercibidos a los ojos de los moros.
La reina postrada  de rodillas en el laurel, comenzó  a rezar a San Luis  rey de Francia por la buena ventura de los suyos, prometiéndole que si escapaba indemne de aquel trance, agradecida  construiría un convento en honor aquel santo (que finalmente se construyo hacia el año 1500). Y así fue que  a pesar de la desventaja numérica de los cristianos,  los peones moros no solo huyeron cobardemente con la primera carga de la caballería cristiana sino que mezclándose con sus propios jinetes hicieron imposible sus evoluciones y los abandonaron desordenados al rigor del hierro enemigo.

En vano se esforzaron los caudillos granadinos por restablecer el orden y disputar la victoria, la actividad y la furia de los cristianos no les permitió combinación alguna. Seiscientos moros perecieron en el campo,  mil quinientos quedaron cautivos y heridos y el resto entraron atropelladamente por la puerta de Bibataubin y del Pescado, hasta cuyos umbrales vinieron blandiendo sus lanzas los vencedores.