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La Leyenda de Al-Mandari y el Castillo de Piñar

lunes, 4 de enero de 2016



El aire rugía con la fuerza de un León en lo más alto del cerro con la silueta majestuosa del castillo. En una de sus torres defensivas se recorta una esbelta figura, con su túnica vibrante al cielo y sus ojos puestos al infinito. ¡Cuántas batallas han visto sus heridas, cuantas victorias su corazón! Ahora el espíritu  de combate ha dado paso al desaliento y la frustración. Las luchas internas dentro del reino de Granada están dando sus frutos. Su rey Boabdil, prisionero de los Católicos; el zagal, tío de este, acosando todas las fortalezas que son partidarias de su sobrino y en medio de  toda esta locura , el pueblo… ese eterno pueblo que sufre en silencio la ambiciones de los poderosos.
El frío está llegando con la noche y allá abajo, a menos de cuatrocientas varas, el pueblo de Piñar con las casas y sus moradores atizando el fuego, ajenos a la política del reino
” No seré yo el que sacrifique sus vidas en una causa perdida. Cualquiera de mis hombres vale más que esos príncipes ambiciosos de poder. Los guerreros están cansados, son muchos años de batallas y conquistas de uno y otro bando, pero ahora son los propios granadinos los que se devoran entre sí…Para qué luchar. ¿Por qué he de sacrificar a mis hombres”,—Reflexiona en silencio Al-Mandari.
La gran fortaleza se yergue altiva encima del cerro rocoso, son muchas las batallas que han sufrido sus murallas y sus paredes se han reforzado a lo largo del tiempo en dos y hasta en  tres muros adosados unos a otros  para darle  mayor consistencia. Cuantos valientes soldados para defenderla, cuantas lágrimas derramadas, cuantos gritos de dolor han visto estas murallas que durante siglos ha sufrido asedios y celebrado victorias. Ahora esta fortaleza es anhelada por el enemigo. ¿Qué puede hacer un simple alcaide en el límite de la última frontera? ¿Luchar, defender, resistir a cambio de muchas vidas para mantener a una nobleza corrupta?

Unos de los guardias de la fortaleza le lleva un cuenco con algo caliente, pero él lo rechaza, su estómago está revuelto y su ánimo por los suelos. El fuego arde cerca dando a su cara un resplandor fantasmagórico. El soldado se retira con una reverencia y deja a su señor en la meditación interrumpida, mientras el viento sigue aullando por las almenas como alma en pena.
Otea el horizonte buscando una señal, pero Ala se ha olvidado de aquel reducto fronterizo: Fernando el Católico está cercando cada vez más a los granadinos y por si esto fuera poco el Zagal ha declarado la guerra a su sobrino.

” Mi señor Boabdil, que en una cabalgada sin sentido ha caído prisionero de los Reyes Católicos y me temo que de esto no saldrá nada bueno para mi pueblo”.
“No me gusta cómo se está desarrollando esta guerra, las intrigas palaciegas son en este tiempo las que marcan el futuro de una nación, el valor y el honor han caído en desuso y ya no rige el código del guerrero, sino las palabras de los inmorales. Son los acuerdos de los poderosos los que venden  y compran las vidas del pueblo que los mantiene”.
Desde el castillo de Piñar como cada noche, Al-Mandari  podía ver el fuego de Torrecardela que controlaba la zona del río Fardes y la Hoya de Guadix a través de las atalayas de Pedro Martínez. Este espacio fronterizo de Barylat (Los Montes), estuvo constantemente puesto a prueba ante los cada vez más frecuentes ataques castellanos.
“Pero  esta noche será la última guardia del Castillo de Piñar en manos de árabes, Ala así los ha querido y por la mañana partiré con algunos de mis mejores y más fieles guerreros nazaríes rumbo al exilio en tierras africanas. El abandono de esta fortaleza lo hago voluntario. No seré un títere más dentro de este circo de codicia y cobardía. El destino del Castillo, la historia lo escribirá, pero mi destino lo escribiré yo con pulso firme en otras tierras”.
 Abúl Hassan Áli Al-Mandari Al-Garnati, conocido como Sidi Al- Mandari o simplemente Al-Mandari, fue poco después el fundador de Tetuán en Marruecos, pero ésta amigo lector, será otra Leyenda.