Barrio de las cuevas de Ventas de Huelma. |
Hoy
os traigo una leyenda de un pueblecito que siempre llevo en un lugar muy
especial de mi corazón….pues es el pueblo donde nacieron mis padres, Ventas de
Huelma. Su origen es claramente islámico. El término Quempe, Temple, está
compuesto por la voz latina Campus, Campo, y el antropónimo de la tribu árabe
Qays, tribu de los árabes "qaysics", es muy probable que se asentaran
en el 741 D.c, en los tiempos de la Conquista de la península. En el siglo XIV
el historiador árabe Al-Jatib menciona en sus crónicas once alquerías de la
zona, entre las que se encontraba Al-Walima (alquería anfitriona). Su nombre sugiere
que por la zona había alguna posada o lugar de descanso durante esta etapa
histórica, a partir de la cual se construyó un núcleo de población más amplio.
El núcleo de población en la actualidad es Ventas de Huelma y su anejo Ácula.
Algunos autores defienden
que llegó a ser centro geográfico del distrito de El Temple y desde luego se
hallaba en la ruta de los grandes cortijos entre Granada y Alhama. En el siglo
XVII Henríquez de la Jorquera escribe sobre la zona y cita grandes cortijos
como Güemal, anexos a la villa que sería la actual Ventas de Huelma.
Iglesia de San Isidro. |
Situado
en la comarca del Temple este pueblo ha sido el lugar preferido de mi infancia y
parte de mi adolescencia, en él pasaba
casi todas las fiestas y vacaciones que disponía. Es un pueblo pequeño con un
encanto especial, no por sus grandes monumentos históricos, ni por sus grandes espacios naturales, pero si por sus gentes. Allí
siempre tendré amigos de los que fueron compañeros de aventuras y acontecimientos de los que siempre llevaré con cariño en la
memoria.
Eran
días de aventuras, recorriendo mil y un rincón del pueblo, lugares a los que siempre nuestra imaginación le daba
el punto fantástico de lo desconocido. Uno de esos lugares y preferido por los
chavales para jugar era el barrio de las cuevas, un lugar que por desgracia ha ido desapareciendo
con el paso del tiempo, quedando solo
algunas en muy mal estado y con bastante peligro, para testimonio de su pasado.
Un lugar donde en otra época no tan lejana
estaba habitado por personas y personajes, que han ido ingresando en la memoria colectiva de Ventas
de Huelma.
Cueva del Santo. |
Un
día de verano siendo yo un chiquillo paseando con mi ya desaparecido padre, por la vereda que unía el pueblo con la
ermita situada en el barrio de las
cuevas, me contó una historia que siempre me ha fascinado y que se me grabó en
uno de esos rincones de la imaginación y que hoy os la traigo como leyenda…… pero empecemos por el principio.
De
todos es conocido y más en Granada la
historia de El venerable Francisco
Velasco llamado El cura Santo de San Matías. Este sacerdote tenía gran reconocimiento entre los feligreses de su iglesia pues en
vida hizo varios milagros en la capital
siendo venerado posteriormente. Francisco Velasco el monje ermitaño que
eligió el pueblo de Ventas de Huelma
para construir una Ermita y retirarse de la mundana vida de la ciudad.
Corría
el año 1622 cuando el consagrado a la vida mística, Francisco, salía de su parroquia. Era lunes muy de madrugada y regresaba los sábados
haciendo entre cinco y seis horas de camino,
llegaba, sin descansar, se arrancaba a trabajar con el pico para abrir
el boquete y así estuvo hasta que hizo una cueva que constaba de tres
habitaciones, una mayor en el centro, destinada a la capilla y dos más pequeñas
laterales. La primera la destinaba a dormitorio y otra para la cocina, comedor y cuarto de estudio. A la capilla le puso
puerta y abrió un ojo de buey por encima del umbral que guarneció con hierros,
para que penetrase la luz. Al cuarto de cocina le abrió otro agujero para la
salida de humos y en el caso de
necesitar lumbre en el invierno este cuarto y el dormitorio que no tenían
puertas se protegían con cortinas de esparto.
Terminada
la cueva una mañana de Septiembre, Velasco se encaminó al palacio Arzobispal para
habar con el Prelado. Sin muchos preámbulos informó al Arzobispo el propósito
de renunciar a su curato y retirarse a practicar vida eremítica. Tras dos horas
de conferencia consiguió que fuese
admitida su renuncia y le autorizase a celebrar misa en la cueva petición que fue autorizada.
La
vida de Velasco en la cueva transcurría con
normalidad dentro de su mundo de retiro, la misa podía durar entre tres
y cuatro horas y algunas veces llego a siete. Más de una vez algunos vecinos, que acudían a oírla, le vieron en
éxtasis, levantado del suelo e insensible a todo lo extraño. El ermitaño era un hombre singular, no hubo pastor ni
gañán de aquellos alrededores, que
no arreglarse su conciencia con Francisco, con el Cura Santo, como ya le
decían.
Lo
cierto es que Velasco en su buen hacer consiguió que el diablo montara algunas zapatiestas
cuando moraba en su cueva, unas noches rugían leones en la puerta de la cueva
otras aullaban lobos, otras le rompían el cántaro que tenía para el agua, otras le zarandeaba su cama de
tablas y su almohada de chaparro, otras…
Un
día de riguroso enero Velasco decidió ir a Granada para un asunto de suma importancia, así que tomo el camino bien
temprano y cuando se encontraba ya en la cuesta de la Malahá le salió al
encuentro un mendigo de aspecto
agradable, con las ropas destrozadas. “Por
el amor de Dios, por el amor a la Santísima Virgen, deme vuestra merced algo con
que cubra y abrigue mi dolorido cuerpo”
y Velasco sin pensárselo dos
veces cogió su flamante capa de paño pardo
(la había comprado para retirarse a la cueva) se la entregó desapareciendo muy agradecido de forma misteriosa.
A
los pocos meses de esos hechos cuando falleció Velasco esta capa fue encontrada
en la cueva de penitencia sobre el camastro donde se retiraba a descansar
nuestro místico. Al mismo tiempo, despertó la
curiosidad de las gentes del pueblo el hecho curioso de la vereda que conducía del pueblo a la ermita, paso
obligado para ir a oír los sermones del hombre de Dios. Ya que por mucho que se
araba, pues al morir éste la ermita se cerró y ya no era camino de tránsito,
siempre se volvía a señalar indicando el camino del pueblo a la ermita, creando
gran desconcierto entre los vecinos. Hubo quien de forma intencionada aró la
vereda con gran ahínco profundizando con los arados más en la tierra, pero de
nada sirvió puesto que a la mañana
siguiente volvió a encontrarla totalmente
intacta, convenciéndose así del poder milagroso del Cura Santo. Con el tiempo
la colina de la ermita se fue poblando de cuevas con buena gente que quería estar cerca del milagroso
fraile.
Esta
leyenda se la dedico a mis paisanos de Ventas de Huelma donde tengo gratos
recuerdos y grandes amigos de la infancia.