Ermita de Dilar. |
El municipio de Dilar está en lo que se conocía como pueblo
del entorno llamado «La Campana de Granada» hasta donde dicen que llegaba el
sonido de las campanas de la Torre de la Vela de la Alhambra. Es un pueblo que
puede presumir de una gran riqueza natural
y de su abundante y pura agua venida directamente de las cumbres de
Sierra Nevada. Las acequias y el río que rodean los valles de Dilar dotan a
esta comarca de una belleza singular. Antiguamente la ribera del rio estaba
poblada de molinos que aprovechaban el agua para moler el trigo, aceitunas, etc.
Y es en uno de estos molinos donde comienza esta historia.
Cuenta la leyenda que…En el centro de Dilar se encuentra
la calle más estrecha que existe en el
municipio con apenas un metro de ancha y
de nombre «La Paz» no es una de
las más bonitas que posee Dilar... pero en cambio tiene ese encanto de lo mágico y desconocido….
La calle posee un sobrenombre que los Dilareños conocen como «la
calle del Duende». Cuenta la leyenda que una familia de molineros que habitaban
en uno de los molinos del río Dilar sufrían desde hacía tiempo, retrasos en la entrega del material y no por
ser malos trabajadores, si no porque las
herramientas nunca estaban donde debían de estar, esto hacía que se perdiera el
tiempo buscando la palanca, el martillo, la criba o el cenacho, nunca estaban
donde se dejaban y esto traía de cabeza al molinero que le echaba la culpa a su
mujer.
––Donde has puesto el martillo,
Isabel? ¡¡Lo deje ayer encima de la piedra y ya no está!!
––Pedro yo no lo he cogido. Debe de
estar donde lo dejaste... que iba hacer
yo con el martillo… ¿lavar la ropa con él ?
Así un día tras otro el molinero no sabía por qué las cosas
cambiaban de lugar, el pobre desesperado, habló con su señora muy preocupado porque su
memoria estaba empezando a fallar y aún era joven. La mujer muy nerviosa le
contó a él que a ella también los útiles
de la cocina desaparecían y las encontraba en otro lugar, así pues la memoria o
les fallaba a los dos o tenía que haber otra explicación…
Un día en el mercado del pueblo la mujer del molinero estaba
haciendo la compra cuando una de sus amigas al verla le dijo. –– Isabel que
mala cara tienes, parece que nos has dormido en días.
Una semana llevo sin
dormir, todas las noches me las
paso en vela y por la mañana estoy que no me aguanto de pie.
Y eso ¿por qué?–– Pregunto la amiga.
Isabel cogió del brazo a su amiga y la atrajo a un callejón
menos concurrido y hablándole en voz baja le comentó lo que le ocurría desde
hacía algún tiempo a ella y a su marido dentro de la casa del molino.
–– Juana temo que nos tomen por locos la gente del pueblo.
Mujer lo que me cuentas es un poco raro pero si hay alguien
que te puede ayudar es la curandera Antonia que vive cerca de la Ermita de la
Virgen de las Nieves, ella sabe de esas cosa raras. Si quieres yo te acompaño.
Y las dos mujeres se dirigieron a casa de Antonia y le
expusieron el problema.
Isabel, el problema que tienes en la casa viene dado por la
atracción que posee el agua para todo lo misterioso y mágico, al estar tu casa
y el molino a la orilla del rio Dílar no es de extrañar que se haya colado
algún duende dentro de la casa y él sea el responsable de todo el lío que os trae de cabeza a tú
marido y a ti. Te advierto que son muy juguetones y bromistas los duendes del
agua.
¡Pero que puedo hacer! Cada día perdemos varias horas
buscando lo que el duende nos esconde y mi marido está desesperado.
La única solución que yo veo a vuestro problema es que cambiéis de casa
y dejéis la del molino cerrada con el duende dentro, de esta manera podréis
comenzar de nuevo sin inquilinos que os molesten.
Por intentarlo no perdemos nada, de todas maneras mi marido
posee una casa en el pueblo heredada de su padre así que esta noche lo hablare
con él.
La conversación fue corta ya que el molinero no creía en esas
cosas de magia y espíritus así que le recriminó a su mujer que ya era mayorcita
para creer en duendes, pero la mujer no se dio por vencida y esa misma noche antes de
acostase vertió un poco de harina por el suelo de la cocina dejando un manto
blanco. A la mañana siguiente antes de que su marido se despertase corrió a ver
el suelo de la cocina y …efectivamente sus sospechas eran ciertas y un montón
de pequeñas pisadas recorrían el cuarto de izquierda a derecha de arriba abajo,
estando todo desordenado y cambiado de sitio.
La molinera despertó a su marido y le enseñó la cocina
explicándole lo que había preparado la
noche anterior para comprobar lo que Antonia la curandera le había dicho.
Los ojos del molinero no podían dar crédito a lo que estaba
viendo y sin decir palabra empezó a preparar la mudanza a la casa de su padre
en el pueblo.
Los tres siguientes días fueron de infarto y gracias a que
los vecinos que ayudaron a recoger y
trasladar los enseres a su nueva casa. Todavía el molinero tenía que dar un
último viaje al molino para terminar de recoger los últimas herramientas y
cerrar a cal y canto las puertas de su viejo molino. Isabel mientras tanto
estaba en plena faena colocando todas las piezas en la nueva cocina, aquí los
cuchillos, allí las sartenes, en esta otra alacena los pucheros, en la
estantería de arriba los cazos… hummmm creo que se me olvido el barreño de cerámica
para fregar los platos. ––No te preocupes ese te lo he traído yo. –– escucho
una vocecita detrás de ella y al girarse para ver quién era no pudo aguantar el
grito que se le escapó de su garganta al contemplar a un hombrecito verde con
orejas de punta y risa picarona. Al parecer «el duende» había decidido también
trasladarse a la nueva casa
Desde entonces a esa calle de Dilar le llaman del DUENDE y si no me creen pregunten a los
vecinos…