Coraza de la Cueva del Jarro. La Herradura. Almuñécar. |
Nuestras
costas están llenas de leyendas pues no en vano el litoral granadino ha sido
testigo mudo de batallas, naufragios y expediciones desde tiempos
inmemoriales. Son muchos los acontecimientos que han dejado huella en la
memoria de nuestros pueblos costeros. Y son muchas las historias que de boca en
boca, han ido transmitiendo las diversas culturas que ha habitado estos
hermosos lugares.
Cuenta
la leyenda que…La nave escoraba hacia babor, las olas se abatían con fuerza
contra el casco, los marineros intentaban con todas sus fuerzas evitar que la
nao se estrellase contra los acantilados de la Punta de la Mona. El cargamento
que transportaba la embarcación en su mayoría vasijas de aceite, estaban
rompiéndose al chocar unas contra otras desparramándose los líquidos viscosos por la cubierta,
dificultando aún más las maniobras de la marinería.
En
medio de todo aquel caos una mirada penetrante desde uno de los rincones de la
nave observaba con asombro las grandes olas que se ensañaron con fiereza contra
aquellos hombres en las más dura de las batallas que él había conocido.
Fueron
días de gloria en tierras del sur de Italia en Apulia, al lado de su comandante
en jefe y mentor, Arquitas de Tarento un gran filósofo y amigo de Platón que condujo
una reforma política en Tarento convirtiendo la ciudad en la más rica y poblada
de la Magna Grecia.
Cueva del Jarro. |
Un
encargo personal de su amigo Arquitas consiguió que se embarcara en unos de los
navíos que comerciaban con los pueblos del sur de la
península ibérica…pero nunca llegaría a su destino.
El choque contra el
acantilado fue brutal y en pocos segundos la nao fue engullida por la mar
embravecida, no dando a lugar a escapar de aquella furia del dios Poseidón. Hombres,
maderas y mercancías saltaron por los aires y el mar como una amante furiosa fue despedazando y arrojándolos contra las piedras afiladas de los acantilados, algunos
quedaron con vida en el agua tratando de conseguir una madera a que agarrarse,
el pasajero también buscaba salvar su vida nadando hacia una grieta abierta en
la roca de grandes dimensiones buscando asirse a algo para trepar por el acantilado.
En vano fue su lucha pues el mar no daba tregua, el peso de su coraza de bronce
como oficial de Tarento en esta ocasión no le iba a salvar la vida, como en
otras ocasiones en el campo de batalla. La lucha fue desproporcionada el hombre
con sus armas terrenales contra el dios Poseidón y su colérica naturaleza.
Con desesperación, nuestro
militar quiso quitarse la coraza que impedía sus movimientos. Pero el lastre
era muy pesado y a pesar de su fuerza y bravura por conseguir un punto de apoyo
en las afiladas rocas, las olas no dejaban de zarandearlo como si fuese un
simple pelele. La derrota de esta lucha era inminente pues sus fuerzas lo estaban abandonando, solo tendría una oportunidad si conseguía entrar en la
cueva, «allí el oleaje sería menor al estar resguardada», pensó.
Pero Poseidón tenía otra
sorpresa para el valiente general, cuando estaba en el interior de la gruta,
una enorme ola lo empujó violentamente contra las rocas del fondo de la cueva, dejándolo
inconsciente y mal herido.
Una vez más la crueldad
de los dioses se cebaron con los humanos y nuestro general fue a dirigir el ejército
del dios marino. Dejando para la historia un testigo de su paso por esta costa
granadina de un alto militar griego en una misión fracasada.
Los siglos pasaron y la
coraza de bronce permaneció sumergida en las oscuras profundidades de la «cueva
del Jarro» sin dueño que la volviera a pulir para librar batallas con las que
conseguir el honor que el mar le denegó. Acompañada del silencio del
inframundo, permaneció enterrada fuera de la vista de los mortales en los
dominios de Poseidón durante mucho tiempo. Pero una nueva tormenta movió el
fondo marino dejándose ver por un poco de tiempo, el suficiente para ser rescatada
de las profundidades por Fernando J. Nestares, buceador experimentado que buscaba
ánforas, jarros y vasijas púnicas de los barcos hundidos en el lugar. Esta coraza
volvió a ver la luz del sol, no para volver al pecho de un nuevo guerrero si no
a la urna de cristal del museo arqueológico de Granada, donde por desgracia
para nuestra ciudad permanece cerrado a cal y canto por la ineptitud y torpeza de
nuestros políticos... así es Granada.