photo arriba22_zpslnaqvelk.jpg

La Coraza de la Cueva del Jarro en la Herradura.

lunes, 16 de mayo de 2016

Coraza de la Cueva del Jarro. La Herradura. Almuñécar.

Nuestras costas están llenas de leyendas pues no en vano el litoral granadino ha sido testigo mudo  de batallas,  naufragios y expediciones desde tiempos inmemoriales. Son muchos los acontecimientos que han dejado huella en la memoria de nuestros pueblos costeros. Y son muchas las historias que de boca en boca, han ido transmitiendo las diversas culturas que ha habitado estos hermosos lugares.
Cuenta la leyenda que…La nave escoraba hacia babor, las olas se abatían con fuerza contra el casco, los marineros intentaban con todas sus fuerzas evitar que la nao se estrellase contra los acantilados de la Punta de la Mona. El cargamento que transportaba la embarcación en su mayoría vasijas de aceite, estaban rompiéndose al chocar unas contra otras desparramándose los  líquidos viscosos por la cubierta, dificultando aún más las maniobras de la marinería.
En medio de todo aquel caos una mirada penetrante desde uno de los rincones de la nave observaba con asombro las grandes olas que se ensañaron con fiereza contra aquellos hombres en las más dura de las batallas que él había conocido.
Fueron días de gloria en tierras del sur de Italia en Apulia, al lado de su comandante en jefe y mentor, Arquitas de Tarento un gran filósofo y amigo de Platón que condujo una reforma política en Tarento convirtiendo la ciudad en la más rica y poblada de la Magna Grecia.
Cueva del Jarro.
Un encargo personal de su amigo Arquitas consiguió que se embarcara en unos de los navíos que comerciaban con los pueblos del sur de la península ibérica…pero nunca llegaría a su destino.
El choque contra el acantilado fue brutal y en pocos segundos la nao fue engullida por la mar embravecida, no dando a lugar a escapar de aquella furia del dios Poseidón. Hombres, maderas y mercancías saltaron por los aires y el mar como una amante furiosa fue despedazando y arrojándolos contra las piedras afiladas de los acantilados, algunos quedaron con vida en el agua tratando de conseguir una madera a que agarrarse, el pasajero también buscaba salvar su vida nadando hacia una grieta abierta en la roca de grandes dimensiones buscando asirse a algo para trepar por el acantilado. En vano fue su lucha pues el mar no daba tregua, el peso de su coraza de bronce como oficial de Tarento en esta ocasión no le iba a salvar la vida, como en otras ocasiones en el campo de batalla. La lucha fue desproporcionada el hombre con sus armas terrenales contra el dios Poseidón y su colérica naturaleza.
Con desesperación, nuestro militar quiso quitarse la coraza que impedía sus movimientos. Pero el lastre era muy pesado y a pesar de su fuerza y bravura por conseguir un punto de apoyo en las afiladas rocas, las olas no dejaban de zarandearlo como si fuese un simple pelele. La derrota de esta lucha era inminente pues sus fuerzas lo estaban abandonando, solo tendría una oportunidad si conseguía entrar en la cueva, «allí el oleaje sería menor al estar resguardada», pensó.
Pero Poseidón tenía otra sorpresa para el valiente general, cuando estaba en el interior de la gruta, una enorme ola lo empujó violentamente contra las rocas del fondo de la cueva, dejándolo inconsciente y mal herido.  
Una vez más la crueldad de los dioses se cebaron con los humanos y nuestro general fue a dirigir el ejército del dios marino. Dejando para la historia un testigo de su paso por esta costa granadina de un alto militar griego en una misión fracasada.
Los siglos pasaron y la coraza de bronce permaneció sumergida en las oscuras profundidades de la «cueva del Jarro» sin dueño que la volviera a pulir para librar batallas con las que conseguir el honor que el mar le denegó. Acompañada del silencio del inframundo, permaneció enterrada fuera de la vista de los mortales en los dominios de Poseidón durante mucho tiempo. Pero una nueva tormenta movió el fondo marino dejándose ver por un poco de tiempo, el suficiente para ser rescatada de las profundidades por Fernando J. Nestares, buceador experimentado que buscaba ánforas, jarros y vasijas púnicas de los barcos hundidos en el lugar. Esta coraza volvió a ver la luz del sol, no para volver al pecho de un nuevo guerrero si no a la urna de cristal del museo arqueológico de Granada, donde por desgracia para nuestra ciudad permanece cerrado a cal y canto por la ineptitud y torpeza de nuestros políticos... así es Granada.