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El Bañuelo y la boda.

lunes, 6 de junio de 2016


En la Carrera del Darro, a la altura de los restos del puente del Cadí, se encuentran unos baños árabes llamados «El Bañuelo». Se trata de los más antiguos baños árabes y mejor conservados que hay en España. Los mandó construir el visir judío Samuel Ha-Levy ibn-Negrela en la época Zirí (siglo XI). Fue el hammam al-yawza, o baño del Nogal, que dio servicio al barrio de Axares, en el Albayzín bajo, otros autores lo citan con el nombre de baño de los Palacios o baño de la Puerta de Guadix. Permaneció abierto tras la conquista hasta que el rey Felipe II decidió su cierre al considerarlo un lugar pecaminoso. Fue declarado Monumento Nacional en 1918.

Tienen el acceso por una pequeña casa, renovada su construcción en la época cristiana. Su planta es rectangular y sus muros de hormigón cubriendo los distintos aposentos bóvedas de ladrillo de cañón y esquifadas, con tragaluces octogonales y en forma de estrellas para la iluminación. En los extremos de dos de sus habitaciones, y separando alcobas, hay arquerías de herradura sostenidas por columnas y capiteles romanos, alguno visigodo y varios califales. Al fondo se hallaban las calderas y, tras ellas, otra dependencia abovedada para los servicios auxiliares, con puerta de salida a la placeta inmediata de la Concepción.
La gente acudía al baño a lavarse, cortarse el cabello, depilarse, recibir masajes, además de servir como lugar de reunión. Había un horario distinto para hombres y mujeres. Éstas abandonaban el hogar sólo para las visitas semanales a los cementerios o para asistir una o dos veces al mes a estos centros de ocio. Allí solían realizarse los preparativos de la novia para la boda.
Cuenta la leyenda que…Aquella sería la última noche que Amina pasaría en los baños, al día siguiente sería la ceremonia nupcial y se convertiría en la esposa de un noble Abencerraje llamado Hamed, todo estaba preparado para cumplir el contrato que las dos familias ilustres habían firmado.
La ley coránica establecía siete noches en el hammam para purificar el cuerpo y alma y solo podían acompañar a la novia, la madre, hermanas y primas. Todas juntas formaban el cortejo que una vez instaladas en los baños, se convertían por una noche, en un inmenso salón de belleza. Pero el corazón de Amina estaba en otro lugar, cerca de la Alcaicería, en un pequeño taller de orfebrería. Su verdadero amor era Jusef, un aprendiz judío de un viejo orfebre, que cautivó a Amina hacía ya tres años, desde entonces se veían a escondidas, pues la familia de ella emparentada con el rey nazarí, no aceptaría su boda con un simple artesano y de otra religión.
Cuando entró todo el cortejo en los baños, Amina pidió a su madre que la dejara sola para relajarse en la sala caliente, después empezarían con el ritual de belleza como era preceptivo.
            ––Te veo muy triste Amina, ¿te ocurre algo?
            ––Nada madre, estoy un poco cansada y necesito tiempo para recuperarme, mientras disfrutad vosotras de los servicios del hammam.

Amina se dirigió a la sala caliente donde una esclava atendía dos pequeñas piscinas, una de agua fría y otra caliente, en medio de éstas se encontraba una puerta que daba directamente a la sala de las calderas, donde se repartía el calor a las demás estancias. Encima de un horno, una enorme caldera de bronce surtía de agua caliente los baños árabes. Allí solo tenían acceso los esclavos encargados de mantener el fuego y el agua óptima para su cometido,  por aquel lugar se suministraba leña y algunas otras cosas para el buen funcionamiento de los baños. Allí la esperaba Jusef, lo tenían todo planeado para escapar de una boda no deseada.
Mientras la familia ajena preparaba el ritual con cremas depilatorias, aceites y espumas aromáticas con esencias de almizcle, jazmín y violetas. La «neggacha», mujer especializada en hacer los tatuajes fingidos con henna, estaba escondida detrás de un montón de leña, viendo como Amina besaba a Jusef. Sus sospechas ahora confirmadas la obligaban a cumplir lo que su señor Hamed le había encargado.
La llamada de la madre de la novia hizo que esta volviera rápidamente a la sala caliente, no antes de quedar al alba con Jusef en el puente del Cadí para escapar hacia Guadix.
El resto de la noche entonaron canticos aludiendo a la belleza de la novia y recitando alabanzas al profeta, danzaron buscando el beneplácito de los genios, mientras la «neggacha» le tatuaba en las manos y en la cara, dibujos que se usaba como talismán contra el mal de ojo o cualquier otro maleficio. La vieja bruja había preparado la henna con un poderoso veneno que se absorbía por la piel. Poco antes del alba Amina se sintió mal y cuando fue a bañarse en la piscina… cayo de bruces  flotando muerta en sus aguas calientes. Todos los dibujos desaparecieron de sus manos y cara, no quedando restos del asesinato. Con el revuelo, la asesina se escabulló sin que nadie se diera cuenta.

La madre de Amina también estuvo muy enferma, pues ella, sin que la neggacha se diera cuenta, cogió un poco de henna y se hizo unos pequeños tatuajes en las manos como solía hacer de joven.
Dicen que la venganza es el elixir de los ultrajados. Después de unos días de la fatídica noche, el rey Muley Hacen convocó a los abencerrajes en la Alhambra, entre ellos Hamed, y uno a uno, les fue cortando la cabeza frente la sala Dos Hermanas; la versión oficial de lo ocurrido fue una conspiración contra su persona. La Neggacha apareció muerta con la boca llena de henna en una calle del Albayzín. ..
Jusef se marchó de estas tierras y no se caso nunca, sus maravillosas joyas fueron alagadas en Córdoba, donde triunfo como uno de los mejores joyeros de la ciudad.

Cuentan los que han estado en el «Bañuelo» de noche, que una angelical dama llora su suerte sentada desnuda en la piscina de agua caliente y quien se acerca a preguntar por su tristeza, le tatúa su nombre con henna…envenenada.