En la Carrera del Darro, a la altura de los
restos del puente del Cadí, se encuentran unos baños árabes llamados «El
Bañuelo». Se trata de los más antiguos baños árabes y mejor conservados que hay
en España. Los mandó construir el visir judío Samuel Ha-Levy ibn-Negrela en la
época Zirí (siglo XI). Fue el hammam al-yawza, o baño del Nogal, que dio
servicio al barrio de Axares, en el Albayzín bajo, otros autores lo citan con
el nombre de baño de los Palacios o baño de la Puerta de Guadix. Permaneció
abierto tras la conquista hasta que el rey Felipe II decidió su cierre al
considerarlo un lugar pecaminoso. Fue declarado Monumento Nacional en 1918.
Tienen el acceso por una pequeña casa,
renovada su construcción en la época cristiana. Su planta es rectangular y sus
muros de hormigón cubriendo los distintos aposentos bóvedas de ladrillo de
cañón y esquifadas, con tragaluces octogonales y en forma de estrellas para la
iluminación. En los extremos de dos de sus habitaciones, y separando alcobas,
hay arquerías de herradura sostenidas por columnas y capiteles romanos, alguno
visigodo y varios califales. Al fondo se hallaban las calderas y, tras ellas, otra
dependencia abovedada para los servicios auxiliares, con puerta de salida a la
placeta inmediata de la Concepción.
La gente acudía al baño a lavarse, cortarse
el cabello, depilarse, recibir masajes, además de servir como lugar de reunión.
Había un horario distinto para hombres y mujeres. Éstas abandonaban el hogar
sólo para las visitas semanales a los cementerios o para asistir una o dos
veces al mes a estos centros de ocio. Allí solían realizarse los preparativos
de la novia para la boda.
Cuenta la leyenda que…Aquella sería la última
noche que Amina pasaría en los baños, al día siguiente sería la ceremonia
nupcial y se convertiría en la esposa de un noble Abencerraje llamado Hamed,
todo estaba preparado para cumplir el contrato que las dos familias ilustres
habían firmado.
La ley coránica establecía siete noches en
el hammam para purificar el cuerpo y alma y solo podían acompañar a la novia,
la madre, hermanas y primas. Todas juntas formaban el cortejo que una vez instaladas
en los baños, se convertían por una noche, en un inmenso salón de belleza. Pero
el corazón de Amina estaba en otro lugar, cerca de la Alcaicería, en un pequeño
taller de orfebrería. Su verdadero amor era Jusef, un aprendiz judío de un
viejo orfebre, que cautivó a Amina hacía ya tres años, desde entonces se veían
a escondidas, pues la familia de ella emparentada con el rey nazarí, no
aceptaría su boda con un simple artesano y de otra religión.
Cuando entró todo el cortejo en los baños,
Amina pidió a su madre que la dejara sola para relajarse en la sala caliente,
después empezarían con el ritual de belleza como era preceptivo.
––Te
veo muy triste Amina, ¿te ocurre algo?
––Nada
madre, estoy un poco cansada y necesito tiempo para recuperarme, mientras
disfrutad vosotras de los servicios del hammam.
Amina se dirigió a la sala caliente donde
una esclava atendía dos pequeñas piscinas, una de agua fría y otra caliente, en
medio de éstas se encontraba una puerta que daba directamente a la sala de las
calderas, donde se repartía el calor a las demás estancias. Encima de un horno,
una enorme caldera de bronce surtía de agua caliente los baños árabes. Allí solo
tenían acceso los esclavos encargados de mantener el fuego y el agua óptima
para su cometido, por aquel lugar se suministraba
leña y algunas otras cosas para el buen funcionamiento de los baños. Allí la
esperaba Jusef, lo tenían todo planeado para escapar de una boda no deseada.
Mientras la familia ajena preparaba el
ritual con cremas depilatorias, aceites y espumas aromáticas con esencias de
almizcle, jazmín y violetas. La «neggacha», mujer especializada en hacer los
tatuajes fingidos con henna, estaba escondida detrás de un montón de leña,
viendo como Amina besaba a Jusef. Sus sospechas ahora confirmadas la obligaban
a cumplir lo que su señor Hamed le había encargado.
La llamada de la madre de la novia hizo que
esta volviera rápidamente a la sala caliente, no antes de quedar al alba con
Jusef en el puente del Cadí para escapar hacia Guadix.
El resto de la noche entonaron canticos
aludiendo a la belleza de la novia y recitando alabanzas al profeta, danzaron
buscando el beneplácito de los genios, mientras la «neggacha» le tatuaba en las
manos y en la cara, dibujos que se usaba como talismán contra el mal de ojo o
cualquier otro maleficio. La vieja bruja había preparado la henna con un
poderoso veneno que se absorbía por la piel. Poco antes del alba Amina se
sintió mal y cuando fue a bañarse en la piscina… cayo de bruces flotando muerta en sus aguas calientes. Todos
los dibujos desaparecieron de sus manos y cara, no quedando restos del
asesinato. Con el revuelo, la asesina se escabulló sin que nadie se diera
cuenta.
La madre de Amina también estuvo muy
enferma, pues ella, sin que la neggacha se diera cuenta, cogió un poco de henna
y se hizo unos pequeños tatuajes en las manos como solía hacer de joven.
Dicen que la venganza es el elixir de los
ultrajados. Después de unos días de la fatídica noche, el rey Muley Hacen
convocó a los abencerrajes en la Alhambra, entre ellos Hamed, y uno a uno, les
fue cortando la cabeza frente la sala Dos Hermanas; la versión oficial de lo
ocurrido fue una conspiración contra su persona. La Neggacha apareció muerta
con la boca llena de henna en una calle del Albayzín. ..
Jusef se marchó de estas tierras y no se
caso nunca, sus maravillosas joyas fueron alagadas en Córdoba, donde triunfo como
uno de los mejores joyeros de la ciudad.
Cuentan los que han estado en el «Bañuelo»
de noche, que una angelical dama llora su suerte sentada desnuda en la piscina
de agua caliente y quien se acerca a preguntar por su tristeza, le tatúa su
nombre con henna…envenenada.