El orgullo con que los lapeceños cuentan la leyenda del
alcalde Carbonero, Manuel Atienza ha dado lugar a leyendas de la que hoy traigo
una que a mí personalmente me emocionó.
Cuenta la leyenda… La noche le llegó entrando al
pueblo desierto y abandonado de La Peza, hace ya más de una semana que la
guerra había llamado a las puertas de la villa. Su caminar indeciso y vacilante
muestra a un Vicente roto, con el corazón arrancado y el alma partida. Le han
dejado libre los malditos gabachos…libre, que compleja palabra para el que ha
perdido todo en este mundo, qué sentido tiene ya la vida cuando has presenciado
la muerte de tu propio hijo…no una, ni dos hasta tres veces, han intentado
ahorcarlo desde el balcón del Ayuntamiento de Guadix las hienas francesas ¡maldita sean sus
almas¡ y cada vez que lo tiraban al
pobre muchacho, se rompía la cuerda y
con los huesos rotos y la cara desencajada por el dolor lo volvían a subir al
balcón y vuelta a empezar…Vicente suplicaba, maldecía, imploraba nadie quería oírle,
nadie se atrevía a moverse ante la crueldad de los napoleónicos. Solo un
soldado de los Dragones se apiado de él y le cerrojo un disparo en la cabeza
para acabar con aquel suplicio…después de presenciar la muerte de su hijo Vicentico
le dejaron libre… para volver a un pueblo fantasma.
Cuando llegó a la Puente Tabla, Vicente oía el eco
de las voces de Manuel Atienza el
alcalde, dando órdenes a sus vecinos,
organizando la resistencia con las pocas armas que disponían, no era La Peza un
pueblo al que podían doblegar y si los gabachos querían víveres y viandas para
abastecer a su ejército, tendrían que quitárselos por las malas.
Todo el pueblo se alzó contra los franceses recuerda Vicente mientras sus ojos recorren
lo que queda de las barricadas de troncos y ramas que sus paisanos hicieron
para bloquear las principales calles del
pueblo. Hombres rudos hechos al trabajo del monte y a sufrir los rigores de un
oficio que había pasado de padres a hijos y que era orgullos de la villa «ser
carbonero».
Vicente se sentó en lo que quedaba del gran cañón de
madera que habían preparado para dar la «bienvenida» a los gabachos…tocó la
madera de lo que quedaba de la requemada
y astillada encina horadada con orgullo por los lapeceños y que al grito de «Fuego»
y arrojando el sombrero por lo alto, Manuel Atienza el alcalde Carbonero dio la
orden de disparar aquel monstruoso cañón que reventó y dejo más muertos en el
propio bando que en el de los franceses, el caos fue total pero el efecto entre
los enemigos fue tremendo saliendo como conejos asustados a la desbandada hacia
Guadix.
Poco duró el júbilo entre los lapeceños y aunque
habían hecho frente y puesto en huida al ejército más poderoso de Europa, el
que había entrado triunfal en Italia, Alemania o Egipto… en La Peza tropezó con
hombres y mujeres dispuestos a morir por defender sus casas, pero esa ofensa no la podía dejar pasar el general francés
Godinot y al día siguiente preparó un ejército de dos mil soldados para arrasar
La Peza.
Vicente siguió su camino hacia la choza que tenía
junto a las ruinas del Castillo, allí
miró hacia el cerro donde una vez hubo una fortaleza y que también en
otra guerra tuvo sus mártires dos pequeños como su Vicentico que dieron la vida
siendo ajenos a los intereses de la locura de los hombres.
Que «valientes soldados» son los gabachos cuando al
no encontrar nada en el pueblo, pues todos los hombres se habían refugiado en
el monte y solo algunas mujeres habían quedado rezando en la iglesia, los
muy bribones las violaron y mancillaron
en un acto de venganza por su derrota del día anterior, pero no siendo suficiente
su felonía a un viejo enfermo como yo y
mi hijo Vicentico que me cuidaba nos apresaron como trofeo de guerra y nos
llevaron presos a Guadix… de lo que ocurrió allí….
Vicente recostado en su camastro respira con
dificultad pues su salud está muy mermada, cuando de pronto alguien toca en la
puerta y cuál es su sorpresa que al abrir encuentra a su hijo Vicentico con las
manos abiertas para darle un abrazo.
––Pero Vicentico si yo te
he visto morir esta mañana en Guadix.
––Sí Padre, pero no puedo
dejarte solo en medio de tanta maldad, tú ya has hecho bastante.
Y así Vicente se fue esa misma noche con su hijo y
desde algún lugar del cielo seguro que pudo oír a su alcalde Carbonero Manuel
Atienza decir desde el barranco de
Barruecos «Yo soy la villa de La Peza,
que muere antes de entregarse».
Cañón de La Peza. |