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La Peza y el orgullo de ser Carbonero.

lunes, 25 de julio de 2016

 
La Peza.

El orgullo con que los lapeceños cuentan la leyenda del alcalde Carbonero, Manuel Atienza ha dado lugar a leyendas de la que hoy traigo una que a mí personalmente me emocionó.
Cuenta la leyenda… La noche le llegó entrando al pueblo desierto y abandonado de La Peza, hace ya más de una semana que la guerra había llamado a las puertas de la villa. Su caminar indeciso y vacilante muestra a un Vicente roto, con el corazón arrancado y el alma partida. Le han dejado libre los malditos gabachos…libre, que compleja palabra para el que ha perdido todo en este mundo, qué sentido tiene ya la vida cuando has presenciado la muerte de tu propio hijo…no una, ni dos hasta tres veces, han intentado ahorcarlo desde el balcón del Ayuntamiento de Guadix  las hienas francesas ¡maldita sean sus almas¡  y cada vez que lo tiraban al pobre muchacho,  se rompía la cuerda y con los huesos rotos y la cara desencajada por el dolor lo volvían a subir al balcón y vuelta a empezar…Vicente suplicaba, maldecía, imploraba nadie quería oírle, nadie se atrevía a moverse ante la crueldad de los napoleónicos. Solo un soldado de los Dragones se apiado de él y le cerrojo un disparo en la cabeza para acabar con aquel suplicio…después de presenciar la muerte de su hijo Vicentico le dejaron libre… para volver a un pueblo fantasma.

Cuando llegó a la Puente Tabla, Vicente oía el eco de las voces de Manuel Atienza  el alcalde,  dando órdenes a sus vecinos, organizando la resistencia con las pocas armas que disponían, no era La Peza un pueblo al que podían doblegar y si los gabachos querían víveres y viandas para abastecer a su ejército, tendrían que quitárselos por las malas.
Todo el pueblo se alzó contra los franceses  recuerda Vicente mientras sus ojos recorren lo que queda de las barricadas de troncos y ramas que sus paisanos hicieron para  bloquear las principales calles del pueblo. Hombres rudos hechos al trabajo del monte y a sufrir los rigores de un oficio que había pasado de padres a hijos y que era orgullos de la villa «ser carbonero».

Vicente se sentó en lo que quedaba del gran cañón de madera que habían preparado para dar la «bienvenida» a los gabachos…tocó la madera de lo que quedaba de la  requemada y astillada encina horadada con orgullo por los lapeceños y que al grito de «Fuego» y arrojando el sombrero por lo alto, Manuel Atienza el alcalde Carbonero dio la orden de disparar aquel monstruoso cañón que reventó y dejo más muertos en el propio bando que en el de los franceses, el caos fue total pero el efecto entre los enemigos fue tremendo saliendo como conejos asustados a la desbandada hacia Guadix.
Poco duró el júbilo entre los lapeceños y aunque habían hecho frente y puesto en huida al ejército más poderoso de Europa, el que había entrado triunfal en Italia, Alemania o Egipto… en La Peza tropezó con hombres y mujeres dispuestos a morir por defender sus casas, pero  esa ofensa no la podía dejar pasar el general francés Godinot y al día siguiente preparó un ejército de dos mil soldados para arrasar La Peza.

Vicente siguió su camino hacia la choza que tenía junto a las ruinas del Castillo, allí  miró hacia el cerro donde una vez hubo una fortaleza y que también en otra guerra tuvo sus mártires dos pequeños como su Vicentico que dieron la vida siendo ajenos a los intereses de la locura de los hombres.
Que «valientes soldados» son los gabachos cuando al no encontrar nada en el pueblo, pues todos los hombres se habían refugiado en el monte y solo algunas mujeres habían quedado rezando en la iglesia, los muy  bribones las violaron y mancillaron en un acto de venganza por su derrota del día anterior, pero no siendo suficiente su felonía a un viejo enfermo como yo  y mi hijo Vicentico que me cuidaba nos apresaron como trofeo de guerra y nos llevaron presos a Guadix… de lo que ocurrió allí….
Vicente recostado en su camastro respira con dificultad pues su salud está muy mermada, cuando de pronto alguien toca en la puerta y cuál es su sorpresa que al abrir encuentra a su hijo Vicentico con las manos abiertas para darle un abrazo.

––Pero Vicentico si yo te he visto morir esta mañana en Guadix.
––Sí Padre, pero no puedo dejarte solo en medio de tanta maldad, tú ya has hecho bastante.

Y así Vicente se fue esa misma noche con su hijo y desde algún lugar del cielo seguro que pudo oír a su alcalde Carbonero Manuel Atienza decir  desde el barranco de Barruecos «Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse».
Cañón de La Peza.