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La Sultana del Río Darro.

lunes, 19 de septiembre de 2016




El río Darro ha sido siempre generador de historias y leyendas a su paso por una ciudad hechicera y llena de misterios como es Granada. Sus aguas van colmadas de la esencia de efímeros secretos desde los más románticos hasta los más terribles, de los más aventureros hasta los más alegres y divertidos por eso «El Darro» es el río en él que se diluye el alma de la ciudad. Desde el Paseo de los Tristes va mirando al gentío  hasta que llega a Plaza Nueva donde por alguna condena humana, lo embovedan vivo hasta desembocar en el río Genil. Pocas veces ha protestado, pero cuando lo hace hay que temerle. Siempre ha sabido guardar su tesoro...o maldición.

Tiempo atrás cuando la media luna ondeaba en la Torre de la Vela, la ciudad de Granada islámica gozó de una floreciente industria textil. La magnífica seda que las tintorerías ubicadas en la ribera del Darro y en manos de expertos artesanos, hacían las delicias de medio mundo. En una de estas tintorerías había un matrimonio poco bien avenido, ya que la esposa del Yusef era una mujer muy bella pero con un gran defecto… su único amante eran el oro y las joyas.
Haifa  siempre iba muy bien vestida y engalanada con las mejores alhajas que el pobre Yusef  le regalaba a pesar de que su negocio de tintar la seda del reino nazarí no era una mina de oro, pues en el arrabal Al-Sabbágin la competencia era feroz, existían  diez casas  entre curtidores y tinteros dedicados al mismo oficio. A pesar de su flaca economía Haifa aparentaba ser una mujer de alta alcurnia y gran fortuna, por esa fachada «del quiero y no puedo», siendo el hazmerreir de sus vecinos, que la apodaron «La Sultana«. La economía de Yusef iba de mal en peor ya que sus beneficios los tenía que invertirlos en su mujer. Todo para que esta estuviera contenta y no le complicara la vida.

Un día... las cuentas no le cuadraron a Yusef y tuvo que pedirle a su mujer que empeñara una de sus alhajas para poder salir de la situación económica en que se hallaba. Tal fue la respuesta de Haifa que del grito y bofetada que arremetió contra el pobre Yusef, este tropezó con una de las tinajas de tinte, con la mala fortuna que cayó dentro empapando de añil todo el cuerpo del pobre hombre.
Al día siguiente cuando Yusef salió a la calle para seguir con el trabajo diario y los vecinos le vieron toda la piel teñida de azul empezaron a reír y desde ese día le apodaron el «Príncipe azul de la Sultana». Decían las malas lenguas y de eso Granada está bien servida, que a la pareja solo le faltaba poder vivir en la Alhambra.
Cada vez que veía a su mujer engalanarse con ricas ropas y joyas, mientras que él apenas podía pagar las facturas de los tintes, los demonios empezaron hacer de las suyas en la cabeza de Yusef.

En una noche cerrada cambiando el agua a las tinajas que tenía  sedas en remojo con los tintes  en la ribera del Darro, vio a una pareja en la oscuridad besándose y haciendo arrumacos entre palabras de amor. Yusef pensó en Haifa, en el amor que sentía por ella y en el desconsuelo que le aprisionaba el corazón al ver que no era correspondido. Al darse media vuelta oyó una voz familiar y acercándose a los amantes en silencio, se escondió entre las tinajas comprobando para su inmenso dolor que su mujer era la apasionada amante del desconocido. No supo el tiempo que estuvo paralizado viendo como los dos amantes disfrutaban de las caricias de sus cuerpos, pero lo cierto es que cuando pudo recomponerse su mente no pensaba en otra idea que la de vengarse de la bruja de su mujer, los celos cegaron el buen juicio de Yusef.
Así pues en una noche sin luna le dijo a su mujer que necesitaba que le ayudará a tintar varios paños sedas que había recibido de un rico noble. Era necesario sumergirlas en el tinte Púrpura de Tiro el más caro de todos los que existían, si le ayudaba con la mercancía podía quedarse con el paño que quisiera para ella. Haifa se entusiasmó con la propuesta pues al fin iba a tener un vestido de seda con el color más caro del mundo. «Púrpura de Tiro… seria la envidia de todo el vecindario».

Acepto ayudar a su marido y este le contó que por ser el tinte el más caro de todos cuantos tenia,   lo escondía en un recodo secreto del río donde nadie pudiera verlo. Así engañada se la llevó al  río Darro y teniendo el ánfora preparada le dijo a su mujer que se metiera dentro para que escogiera la seda. Una vez dentro de un solo tajo con la gumía le cortó la yugular y tapó la vasija con una gruesa madera, como hacía normalmente cuando teñía las prendas que le encargaban.
Pasó una semana y para justificar su ausencia le dijo a todo el barrio que su mujer había emprendido un viaje a las Alpujarras para ver a unos familiares. Él iba todas las noches a comprobar que nadie hubiera descubierto su crimen y comprobando que el madero estaba en su lugar sin que nadie lo hubiera movido. Pasaron algunos meses y la salud de Yusef empeoró notablemente a consecuencia de los remordimientos que le atormentaba y decidió recuperar el cadáver de su esposa y darle honrosa sepultura, entregándose posteriormente a la justicia, pero cuál fue su sorpresa, cuando al destapar la tinaja donde había depositado a su mujer descubrió que solo contenía un fuerte tinte rojo sangre sin rastro del cuerpo del delito. Busco y rebusco en la tinaja y solo encontró un magnifico tinte de color sangre. Con las manos manchadas Yusef miro alrededor y enloquecido salió corriendo río abajo y nadie más supo de él.
Pero la leyenda no termina aquí, pues cuando en 1880 hicieron el embovedado del río Darro  todas las fábricas de curtidores y tintorerías que había en la ribera del río desaparecieron, pero la tinaja de Haifa en la que había estado durante siglos oculta no se sabe por qué sortilegio permaneció intacta y ahora cubierta por el embovedado. Dicen los más viejos del barrio que cuando un hombre se adentra por el embovedado del río Darro es mejor que lleve una buena bolsa de oro o por el contrario sea un buen amante, porque su peaje por pasear por aquel oscuro túnel puede costarle la vida si no satisface a su guardiana… Haifa «La Sultana».