El río Darro ha
sido siempre generador de historias y leyendas a su paso por una ciudad
hechicera y llena de misterios como es Granada. Sus aguas van colmadas de la
esencia de efímeros secretos desde los más románticos hasta los más terribles, de
los más aventureros hasta los más alegres y divertidos por eso «El Darro» es el río
en él que se diluye el alma de la ciudad. Desde el Paseo de los Tristes va
mirando al gentío hasta que llega a
Plaza Nueva donde por alguna condena humana, lo embovedan vivo hasta desembocar
en el río Genil. Pocas veces ha protestado, pero cuando lo hace hay que temerle. Siempre ha sabido guardar su
tesoro...o maldición.
Tiempo
atrás cuando la media luna ondeaba en la
Torre de la Vela, la ciudad de Granada islámica gozó de una floreciente industria
textil. La magnífica seda que las tintorerías ubicadas en la ribera del Darro y
en manos de expertos artesanos, hacían las delicias de medio mundo. En una de
estas tintorerías había un matrimonio poco bien avenido, ya que la esposa del
Yusef era una mujer muy bella pero con
un gran defecto… su único amante eran el oro y las joyas.
Haifa siempre iba muy bien vestida y engalanada con
las mejores alhajas que el pobre Yusef
le regalaba a pesar de que su negocio de tintar la seda del reino nazarí
no era una mina de oro, pues en el arrabal Al-Sabbágin la competencia era
feroz, existían diez casas entre curtidores y tinteros dedicados al
mismo oficio. A pesar de su flaca economía Haifa aparentaba ser una mujer de alta alcurnia y gran fortuna, por esa fachada «del quiero y no puedo», siendo
el hazmerreir de sus vecinos, que la apodaron «La Sultana«. La economía de
Yusef iba de mal en peor ya que sus beneficios los tenía que invertirlos en su
mujer. Todo para que esta estuviera contenta y no le complicara la vida.
Un día... las
cuentas no le cuadraron a Yusef y tuvo que pedirle a su mujer que empeñara una
de sus alhajas para poder salir de la situación económica en que se hallaba. Tal
fue la respuesta de Haifa que del grito y bofetada que arremetió contra el
pobre Yusef, este tropezó con una de las tinajas de tinte, con la mala fortuna
que cayó dentro empapando de añil todo el cuerpo del pobre hombre.
Al día siguiente
cuando Yusef salió a la calle para seguir con el trabajo diario y los vecinos
le vieron toda la piel teñida de azul empezaron a reír y desde ese día le
apodaron el «Príncipe azul de la Sultana». Decían las malas lenguas y de eso
Granada está bien servida, que a la pareja solo le faltaba poder vivir en la
Alhambra.
Cada vez que
veía a su mujer engalanarse con ricas ropas y joyas, mientras que él apenas
podía pagar las facturas de los tintes, los demonios empezaron hacer de las
suyas en la cabeza de Yusef.
En una noche
cerrada cambiando el agua a las tinajas que tenía sedas en remojo con los tintes en la ribera del Darro, vio a una pareja en
la oscuridad besándose y haciendo arrumacos entre palabras de amor. Yusef pensó
en Haifa, en el amor que sentía por ella y en el desconsuelo que le aprisionaba
el corazón al ver que no era correspondido. Al darse media vuelta oyó una voz
familiar y acercándose a los amantes en silencio, se escondió entre las tinajas
comprobando para su inmenso dolor que su mujer era la apasionada amante del
desconocido. No supo el tiempo que estuvo paralizado viendo como los dos
amantes disfrutaban de las caricias de sus cuerpos, pero lo cierto es que
cuando pudo recomponerse su mente no pensaba en otra idea que la de vengarse de
la bruja de su mujer, los celos cegaron el buen juicio de Yusef.
Así pues en una
noche sin luna le dijo a su mujer que necesitaba que le ayudará a tintar varios
paños sedas que había recibido de un rico noble. Era necesario sumergirlas en
el tinte Púrpura de Tiro el más caro de todos los que existían, si le ayudaba con
la mercancía podía quedarse con el paño que quisiera para ella. Haifa se
entusiasmó con la propuesta pues al fin iba a tener un vestido de seda con el
color más caro del mundo. «Púrpura de Tiro… seria la envidia de todo el
vecindario».
Acepto ayudar a
su marido y este le contó que por ser el tinte el más caro de todos cuantos
tenia, lo escondía en un recodo secreto
del río donde nadie pudiera verlo. Así engañada se la llevó al río Darro y teniendo el ánfora preparada le
dijo a su mujer que se metiera dentro para que escogiera la seda. Una vez
dentro de un solo tajo con la gumía le cortó la yugular y tapó la vasija con
una gruesa madera, como hacía normalmente cuando teñía las prendas que le
encargaban.
Pasó una semana
y para justificar su ausencia le dijo a todo el barrio que su mujer había
emprendido un viaje a las Alpujarras para ver a unos familiares. Él iba todas
las noches a comprobar que nadie hubiera descubierto su crimen y comprobando
que el madero estaba en su lugar sin que nadie lo hubiera movido. Pasaron
algunos meses y la salud de Yusef empeoró notablemente a consecuencia de los
remordimientos que le atormentaba y decidió recuperar el cadáver de su esposa y
darle honrosa sepultura, entregándose posteriormente a la justicia, pero cuál
fue su sorpresa, cuando al destapar la tinaja donde había depositado a su mujer
descubrió que solo contenía un fuerte tinte rojo sangre sin rastro del cuerpo
del delito. Busco y rebusco en la tinaja y solo encontró un magnifico tinte de
color sangre. Con las manos manchadas Yusef miro alrededor y enloquecido salió
corriendo río abajo y nadie más supo de él.
Pero la leyenda
no termina aquí, pues cuando en 1880 hicieron el embovedado del río Darro todas las fábricas de curtidores y
tintorerías que había en la ribera del río desaparecieron, pero la tinaja de
Haifa en la que había estado durante siglos oculta no se sabe por qué
sortilegio permaneció intacta y ahora cubierta por el embovedado. Dicen los más
viejos del barrio que cuando un hombre se adentra por el embovedado del río
Darro es mejor que lleve una buena bolsa de oro o por el contrario sea un buen
amante, porque su peaje por pasear por aquel oscuro túnel puede costarle la
vida si no satisface a su guardiana… Haifa «La Sultana».