Muchos de nuestros pueblos han hecho que sus
leyendas sean la propia identidad de sus tradiciones, engalanándolas con el correr
de los tiempos, vistiéndola de fe y religiosidad.
Una de esas leyendas que se ha transmitido
de generación en generación quedando plasmada en el sentir del pueblo de Motril es
la de la Virgen de la Cabeza.
Cuenta la leyenda que…La tormenta arreció con el anochecer,
el viento abatían las olas con fuerza contra el casco de la nao, con peligro de anegar la bodega. El capitán intentaba maniobrar el
barco con la intención de poner la proa de cara a las olas e intentar capear un
temporal embravecido que amenazaba con hundirlos.
Hacía ya más de un mes que partieron de Corintio en tierras griegas con buena
carga para intercambiar por otras en los distintos puertos de su travesía, haciendo
honor a sus orígenes marineros.
Fue el puerto de Palma de Mallorca el último del que
partieron un hermoso cinco de junio de 1510, llevados por un viento de levante
suave, aparejado con mar tranquilo como una balsa, pronto alcanzarían las
costas de Valencia. Desde allí una navegación de cabotaje cerca de la costa
para seguir mercadeando les llevaría a su último destino, su querida Lisboa.
Pero el mar es caprichoso y a veces sus intenciones
no van en la misma dirección que la de los simples mortales. En el anochecer
del tercer día de navegación desde que salieron de Palma de Mallorca una
terrible tormenta les atrapó en plena travesía. Llevaban luchando contra los elementos
más de cinco días, los marineros estaban agotados y sus esperanzas de salir con
vida de esta infernal tormenta eran un espejismo.
El barco daba bandazos de un lado a otro, toda la
carga se movía en la bodega a pesar de
los cordeles que la sujetaban, el capitán dio la orden de que varios marineros
bajasen a asegurar la carga. Adrián y Benedito descendieron sujetándose a lo que podían, en la bodega del barco los fardos se aguantaba más
mal que bien, sujetos a los cordeles que los mantenía unidos y repartidos en
ambos lados del barco para no escorar. Uno
de los bultos que estaba envuelto en una manta se había soltado y
milagrosamente había ido a parar a unas de las cuadernas del barco, que lo
sujetaba a duras penas.
Los dos marineros se apresuraron a recogerlo y
ponerlo en su sitio atado y bien atado junto al resto de la carga. En esa maniobra estaban cuando el
trapo que lo envolvía se cayó al suelo dejando ver su contenido, una preciosa virgen
con un niño Jesús en sus brazos. Los dos marineros se miraron y como buenos
católicos se santiguaron y besaron los pies de la virgen.
Los dos se miraron y pensaron lo mismo y en volandas
la llevaron a cubierta en presencia del capitán Amancio, quedando admirado y anonadado ante la imagen
de la Virgen. Sería por la necesidad de los humanos de agarrarse a lo divino
cuando la vida peligra o por la devoción y compasión que la imagen inspiraba,
el capitán cayó de rodillas y el resto de marineros de la nao empezaron a rezar
para que los librara a todos de perecer
en el mar tenebroso.
Al amanecer del nuevo día el barco encalló en una
playa cerca de Motril sin tener que lamentar ninguna perdida humana, por lo que
los marineros lo primero que hicieron al
pisar tierra fue desembarcar la figura
de la Virgen y depositarla en la arena con mucho primor dándole gracias por
haberles salvado la vida. Curioso fue descubrir a los pocos días un prado de azucenas
nacía junto a la Virgen y que envolvían con su maravilloso olor la brisa marina
de aquella playa.
Playa de las Azucenas. |
La nave quedó muy dañada después del temporal así que el capitán Amancio con unos cuantos marineros
se acercaron al pueblo de Motril para pedir ayuda y provisiones. La gente de
Motril siempre hospitalaria sobre todo con los necesitados cargó varios carros
de mulas con objetos de primera necesidad
y elementos para reflotar la nao.
Tardaron poco los marineros junto con las gentes de Motril en reparar la
nave dejando en una semana el barco preparado para volver a surcar las aguas
del Mediterráneo. Se despidieron de las
autoridades, amigos de Motril y se dispusieron a subir a la Virgen a bordo. Una
vez colocada en cubierta, el mar empezó agitarse y lo que antes era un mar
tranquilo en cuestión de minutos sea había vuelto tempestuoso con olas cada vez
más grandes, por lo que el capitán suspendió la partida hasta que amainara el
nuevo temporal.
Volvieron a
preparar la partida en cuanto vieron visos de calma y repitieron lo que seis
días antes tenían previsto, pero en cuanto subieron a la figura de la Virgen a
bordo el viento sopló con fuerza y los borreguillos en el horizonte auguraba
mala mar. Así ocurrió hasta seis veces,
cada vez que la tripulación de aquel
barco portugués quería hacerse a la mar,
este se enfurecía no sabiendo la causa de su encrespadas aguas.
Adrián, uno de los marineros que descubrió la figura
de la Virgen en la bodega del barco le dijo
al capitán.
––Mi capitán creo que la Virgen
nos manda señales de querer quedarse en esta tierra, pues no es más que embarcarla
en la nao y el mar se alborota de tal
manera que nos impide seguir nuestro viaje.
El capitán pensó que la idea de Adrián no era tan
descabellada y así dio la orden de bajar la Virgen a tierra y hacerle una
ermita sufragada por todos los marineros en el Cerro de la Cabeza donde estuvo el antiguo
palacio de la madre de Boadil.
La cuestión es que el barco zarpo con toda su
tripulación en un mar de calma y viento favorable hacia su destino; eso sí algo
más ligero pues la figura de la Virgen con el niño Jesús en brazos se quedó en
Motril, en el Santuario de la virgen de la Cabeza, donde desde entonces los motrileños la veneran con verdadera
devoción, nombrándola su patrona.