El
entorno de las Alpujarras siempre ha promovido leyendas y fabulas desde que los
moros abandonaron para siempre estas tierras, fabulosos tesoros enterrados o
escondidos han sido siempre el comienzo a cualquier leyenda que se precie de
fantástica. En los años 30 del siglo pasado, hubo un hecho que conmovió el
pueblo de Mecina Bombaron en pleno centro de las Alpujarras granadinas. Pero antes conozcamos un poco de este municipio.
El
Municipio de Alpujarra de la Sierra, está formado por dos núcleos de población,
que son Mecina Bombarón y Yegen, así como el Barrio de El Golco y el Caserío de
Montenegro. Se encuentra a
unos 1.230 m. de altitud, con un clima muy agradable para cualquier
estación del año. Sus veranos son agradables
por la cantidad de agua y vegetación que rodea este maravilloso pueblo. En días
despejados se llega a divisar la costa
del continente africano. Su entorno es magnífico para hacer senderismo,
encontrando paisajes de ensueño dignos de los escritores románticos. Son
famosos sus castaños centenarios que en algunos casos doce hombres no podrían
abrazar su tronco. El pueblo mantiene su estructura urbana típica de las
Alpujarras, calles estrechas y laberínticas de balcones llenos de macetas y
fuentes con nombre propio. “Un sitio
donde vivir y un lugar para visitar”.
Cuenta
la leyenda que…Dos hermanos que vivían en Mecina Bombaron habían heredado a la
muerte de su padre una magnifica casa en el barrio de las Argaidas que por
desgracia se estaba despoblando pues se encontraba próximo a un cementerio
musulmán «El Macaber ».
Siendo
una necesidad para el mayor de los hermanos llamado Pedro, trasladar la
vivienda de su ubicación, acordó desmontar todo lo que fuese posible y que
sirviera para utilizarlo para la nueva construcción en el barrio de Laujar. El otro hermano Miguel, no era partidario de
destruir la casa de sus padres, donde habían nacido no solo ellos sino también
toda su familia desde tiempos inmemoriales.
Miguel
siempre se había sentido a gusto entre aquellas paredes y desde pequeño había
jugado siempre en los alrededores de aquel barrio tan antiguo como misterioso.
Su abuela que fue quien los crio a él y a su hermano ya que la madre murió al nacer
Miguel, le contaba historias de fantasmas que se aparecían a los labradores y
que le indicaban donde había una olla llena de oro que los moros habían
abandonado tras la expulsión, cosa que el se creía a pies juntillas y como buen
explorador siempre estaba excavando con la azada de su padre buscando tesoros
perdidos, lo único que encontraba eran restos de huesos de animales y algún que otro trozo de barro de algún cántaro
roto.
Pedro
sin embargo siempre renegó de aquella casa y nunca le gusto vivir tan cerca del
cementerio árabe y cuando podía se escapaba a la casa de sus tíos al barrio
alto, de hecho fue el primero en salir de casa e irse del pueblo para establecerse en la
capital, dejando a su padre destrozado pues al ser Pedro el hijo mayor, contaba con su ayuda para las tareas
del campo.
Así
que ahora que había muerto
su padre,
Pedro quería derribar la casa
de la familia y construir con lo que pudiera aprovechar otra casa en el
barrio alto para venderla al mejor
postor, no importándole la opinión de su hermano.
Fueron
días de discusiones y amenazas entre los hermanos pero la nobleza de Miguel se
doblegó a la avaricia de Pedro y acordaron empezar las obras a la semana
siguiente. En vez de buscar unos buenos albañiles, Pedro convenció a su hermano
para que entre los dos fueran desmontando las piezas de la casa que podrían ser
útiles y así ahorrarse un dinerito en el desescombro.
En
las semanas
siguientes
quitaron las rejas de las ventanas que eran de hierro
forjado y podrían ser útiles, después las piedras de pizarra que soportaban el tejado de launa junto con los rastreles de castaño, muy apreciados en la arquitectura alpujarreña. Y así, una cosa de aquí otra de alla, fueron poco a poco desmontando la antigua
casa.
Una
mañana que Miguel se dirigía a la obra, encontró en el camino a una vieja de vestido
negro, pañuelo en la
cabeza y una cesta al hombro llena de sabrosos higos recién cortados
de las higueras del Alamillo, camino de Cádiar por encima de Golco. Miguel
tenía debilidad por esa fruta que le recordaba su infancia cuando su abuela le
pedía que los trajera para la merienda, ella los untaba con miel de la sierra…uhm
... era un bocado de delicioso. La vieja le ofreció media docena, Miguel le
quiso pagar con tres perras gordas pero no quiso coger el dinero y al
despedirse le dijo que muy pronto su suerte iba a cambiar de un modo drástico y
dramático.
–– Pues al hombre que respeta su raíces no le hace
falta cambiar de tierra y el que desprecia sus antepasados, se lo lleva la
guadaña de la eterna. –– dicho esto la vieja se fue caminando calle abajo y en
un abrir y cerrar de ojos desapareció de su vista.
Miguel
quedo perplejo ante aquellas misteriosas palabras, pero era tarde y su hermano
debía de estar ya en la obra, así que aligero el paso. Cuando llegó encontró a
su hermano apuntalando una de las grandes vigas que cruzaban la estancia
soportando la segunda planta.
––¡Échame una mano para poder desmontar la viga! ––dicho
esto la viga se desplomo del techo y cayó sobre Pedro como quien golpea un
mosquito, aplastándolo contra el suelo sin darle tiempo a esquivarla, muriendo
en el acto. Miguel se quedo estupefacto ante la visión, como un rayo fue a de
levantar la enorme viga para sacar a su hermano dando gritos de socorro, pero
poco pudo hacer por el desdichado Pedro.
Tras
el entierro en el cementerio de Mecina Bombaron, Miguel se fue paseando por las
calles, destrozado y ensimismado en sus pensamientos. No se dio cuenta que
había llegado hasta la casa de su padre, bueno lo que quedaba de ella y al
mirar la viga que había matado a su hermano le dio un ataque de rabia. Cogió
una porra de las que tenían para el derribo y se lio a darle porrazos como un
poseso maldiciéndola. Con la fortuna que en uno de los golpes atravesó la
madera dejando ver un hueco del tamaño de una sandía en el interior de la viga.
Intrigado
por aquel hueco en la viga miro en su interior descubriendo un fabuloso collar de
oro y perlas así como monedas de oro y anillos con piedras preciosas, todo un
tesoro escondido en un hueco de la viga. Camuflado con una falsa capa de yeso y
después pintado semejando la madera, fue el ingenioso escondite que seguramente
idearon sus primeros moradores árabes pensando que tras su partida del Reino de
Granada después de la sublevación, su vuelta no tardaría en llegar.
No
lo pensó dos veces con aquella fortuna volvió a restaurar la antigua casa de
sus antepasados,
eso si mejorándola sensiblemente y si me apuran con un poco de extravagancia ya
que en el jardín de la mansión que aun existe, hay una veleta con una
inscripción en su base que dice así:
«Todo es cuestión de suerte; donde unos
hallan la vida, otros tienen la
muerte».